Nunca es agradable hacer la apología de uno mismo. Pablo tuvo que hacerla, para justificar su condición de verdadero Apóstol, puesta en tela de juicio por sus adversarios. En el fondo, lo que estaba en juego era el Evangelio que él predicaba. Por encima de todo, el Apóstol quiere mantener la unidad de la Iglesia de Corinto y dejar a salvo su sinceridad y el amor que le profesa. Semejante defensa no le impide reconocer su propia debilidad, la debilidad de la condición humana, a la que tampoco los Apóstoles pueden sustraerse. Pero es precisamente esa debilidad la que hace resaltar el poder de Dios.
Esta apología personal da a Pablo la ocasión de destacar la superioridad de la Nueva Alianza sobre la Antigua. Y para mostrar la «novedad» de la Nueva Alianza, señala las características que la contraponen a la Antigua. Esta se fundaba en la letra que «mata», aquella reside en el Espíritu que «da vida» . El Antiguo Testamento era provisorio y Cristo quitó el «velo» que impedía comprender su verdadero sentido . Él realiza la Alianza definitiva en el Espíritu que nos hace libres, la Alianza de la reconciliación con Dios y entre nosotros. Y el Apóstol se proclama ministro de esta Alianza de reconciliación, a la que todos estamos llamados.
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